viernes, 27 de abril de 2007

Una cuestión de retórica

See how the run, like pigs from a gun

Por si mis habilidades para la oratoria no son suficientes, me conseguí una escopeta para la ocasión. No le voy a dar la razón a nadie sin antes haber deshecho el amor un par de miles de veces.
Con mi nueva arma, hoy disparo el sentido y no me para nadie: voy a sostener la discusión hasta que ellos se den por vencidos o hasta que, desesperanzado, vos les des la razón. Soy dura, lo sé; reconozco ser obstinada también; confieso ser perseverante (¿qué hay de malo en todo eso?). Pero hoy sí que no me para nadie. Estoy convencida de lo que quiero, y ninguna diferenzia me va a disuadir. En la diversidad está el gusto.
Más le doy vueltas al asunto y más me convenzo a mí misma: nunca me perdonaría no jalar el gatillo, jamás me perdonaría callar. Tengo tanto para decir, tantas balas de sentido para disparar. Primero conviene usar las de pintura, no vaya a ser que las palabras de plomo resulten demasiado fuertes. Ojalá no haya que dispararlas nunca. No importa a quién ni cómo disparemos primero, lo importante es que empecemos por algún lado, que no admitamos la derrota sin haber dado batalla. Eso sí: nada de subjuntivos ni gerundios. Voy a disparar imperativos y pretendo dar en el blanco. Lustro el fuselaje y de a una voy cargando las balas.
¿Cuánto apuesto entonces? Pongo todo lo que tengo. Todas mis fichas. Es lo que se llama un long shot: una de dos, o pierdo todo, meto la cabeza en una picadora de carne y me declaro vencida, o me gano el gordo de navidad, me compro una Ferrari y una estancia en el campo. Voy a por eso. ¿Quién dijo que siempre hay que jugar al hot favourite? Mi escopeta de palabras puede solucionarlo todo. No te preocupes: hoy no nos para nadie.

jueves, 19 de abril de 2007

S / T (Carta a un hombre de afuera)


Querido:
No se iban. No se iban más.
Una era gallega, ¿andaluza?. La otra tal vez también, pero no habló ni una vez.
-El macho argentino es muy llorón y poco cojonudo, y eso afecta hasta a las mejores mujeres- dijo mientras yo intentaba escupirle mi discurso de protesta amorosa. Lo peor de todo es que tenía razón. Y yo no sabía cómo hacer para sacarme de encima tanto realismo.
Desde el principio me sentí incómoda: me rodearon con intenciones de no dejarme escapar sin comprar un cepillo o conocer mi suerte disolviendo un billetito de valor. Cuando logré convencerlas de que lo único que tenía encima era una moneda de un peso me dijeron que me leerían la mano por ese precio. Y ahí empezó todo.
-Estás aquí en La Feliz escapándote de un hombre que no te comprende, que no está dispuesto a lo mismo que tú. Él no sabe que te has ido y se enterará por una tragedia cuando todavía no hayas vuelto.
-No creo en el destino- le contesté, no del todo segura- ¿y si lo llamo para contarle que me fui después de nuestra pelea? Eso no tendría nada de trágico.
-No lo harás, porque te has ido para probar que puedes ser la misma sin él. Y cuando tú te propones algo, bien sabes que lo haces- de nuevo tenía razón, pero yo quería creer que podía controlar mi vida y que lo que ella decía eran puras sandeces.
Les pedí de todas las maneras posibles que me dejaran ir, pero a ninguna de las dos le alcanzaba con el trabajo que habían hecho hasta el momento.
-No nos iremos aún, te debemos la predicción: por muchos años, tal vez por el resto de tu vida, no volverás a verlo- miró la cara de la otra, que asintió suavemente con la cabeza- Si te consuela saberlo, no será por aquella discusión que tuvieron. La tragedia hará difícil que vuelvan a verse porque él no querrá visitarte.
No entendía por qué no podía ser más específica, por qué decía “tal vez”, ¿hasta qué punto era creíble esa lectura si ni siquiera ella podía estar segura? Ahora sé que para ser más específica no tenía que ver mi destino sino el suyo propio. Y dicen que nadie, por más vidente que sea, puede prever la propia muerte.
No se iban. Para vos eso no querrá decir nada, pero las palabras eran cada vez más crueles, y ellas se me ponían cada vez más cerca. Pensé en pedir ayuda, pero la costa de Mar del Plata estaba tan desierta como la de Chapadmalal (¿te acordás?).
No se iban más. Te lo juro. Puede que no existan razones suficientes para que me perdones (si la justicia no lo hizo, ¿por qué habrías de hacerlo vos?) pero tal vez esta carta sea la única forma que tengo de desmentir aunque sea una ínfima parte de su lectura.

Tuya,

Sylvia.