viernes, 17 de agosto de 2007

Topografía

Por debajo de la línea oscura que tan suavemente te surca la espalda, no hay más que el delicioso reverso de un motor inmóvil. En el anverso también hay una línea, tanto más delgada, de fina fibra negra, que desemboca en un gran lago oscuro, que genera ganas de perderse con gran maestría hasta en la más profesional de las topógrafas. No es del todo evidente el nacimiento de la línea, pero se sabe que sólo comienza en aquella zona donde el terreno epidérmico se pone exquisitamente escabroso. La línea del reverso es, por otra parte, considerablemente más larga y, sin embargo, sustancialmente menos importante. Las desembocaduras, tanto del anverso como del reverso, están pobladas por labios nómades, húmedamente sabrosos, que no pronuncian jamás la palabra descanso y no conocen resequedad alguna.

No se puede agotar el mapa sin las otras líneas que recorren el terreno. Un poco más al Sur del Lago Negro, del lado del anverso, no hay exactamente una línea, sino dos duras mesetas redondas que articulan la parte superior e inferior de los pilares que te sostienen, tan altivamente como a una divinidad griega. Del reverso, esas dos mesetas son más bien valles asimétricos que cambian su forma cada vez que los pilares pierden su rigidez. Del reverso también, exactamente a la altura de la desembocadura de la oscura línea que tan suavemente te surca la espalda, el terreno se hunde hasta las profundidades más inhóspitas y aloja todo un universo de oscuras huellas de labios imprudentes. A la misma altura, del lado del anverso, se levanta una isla de piel y músculo y cavernas corpóreas, que a veces se divisa claramente desde la distancia más extrema, y otras se esconde tímida en la profundidad del Lago Negro.

Un terreno menos vertiginoso es el que se ubica hacia el Norte. En el reverso, el hemisferio boreal está poblado por una zona selvática (no necesariamente oscura) de infinitas fibras. El Norte es claramente más interesante del lado del anverso: con paciencia suficiente, evitando fútiles distracciones, se llega a un oasis encolumnado directamente con el desierto del torso. Un poco más hacia el polo está el mayor volcán en erupción de todo el territorio, poblado de inefables humedades. El recorrido topográfico termina con un vistazo, una ojeada, a los dos pozos lumínicos, llenos hasta el cansancio de aguas saladas, que proponen zambullirse abruptamente en tu interior y rehacer una y otra vez el recorrido entero, incluidos todos los terrenos escabrosos y la línea oscura que, tan suavemente, te surca la espalda.

miércoles, 8 de agosto de 2007

La puerta vaivén

Lentamente, con un movimiento casi estático, sostengo la llave en mi mano sudorosa. Sube la fiebre, 40 grados ya. Se encendió una chispa en mi esófago la primera vez que traté de poner la llave en la cerradura. Se hizo una llamita entonces con la nafta de mis pulmones. Así comenzó la combustión interna. Nunca paró. Y un día, casi sin darme cuenta, mi diafragma era un aro de fuego. Y de a poco fui soltando la puerta, que, como sin quererlo, se volvió a abrir.

*
41 grados. Nada más que esperar. Con las vísceras totalmente en llamas, levanto mis brazos y los acerco a la puerta de acero. Los 500 caballos de mi motor aceleran mis movimientos y logro, así, cerrar una (¿todas?, ¿muchas?, ¿cuántas hay?), esta puerta. Me tiro sobre ella para sostenerla, para que no se vuelva a abrir. Viento a cientos de kilómetros por hora la empuja, pero sostengo, opongo resistencia. Lo único que queda por hacer ahora es cerrarla con llave. Ahí va una vuelta. Tengo motivos de sobra para terminar de cerrarla, para dar la segunda vuelta, y sin embargo… ¿Sin embargo qué? Sin embargo nada: click.