Es
pegar el saltito
al subir la vereda
sin mirar el charco
debajo de los pies;
encontrarse la piel
tan indefectiblemente
roja
al acechar
cualquier pasión
por detrás de los ojos
vidriados;
tener los pies
gélidos
a la hora de dormir;
sentir las uñas siempre
tan infinitamente largas
al final de los dedos
tan amarillamente cortos;
saberse la piel suave
en cualquier recoveco
en la multitud de lunares;
descubrirse un pecho amplio
en tan poco tiempo;
pero sobre todo
es nunca saber
cerrar la boca.