Lo mejor de la fiesta de Manuel fue la piñata. Es ese momento de tensión y expectativa, de individualidad honesta. La piñata de la fiesta de Manuel tenía forma de globo y estaba tan llena de golosinas y juguetes que no tuve que pelearme con nadie para irme con las manos llenas. Claro que siempre está el atleta que, con su enorme destreza, junta tantos premios que no le alcanzan las manos para sostenerlos, y entonces hace un hueco estirando el buzo o los pone en la cartera de la mamá. Yo no soy de esos. En general, no consigo llevarme más que un par de caramelos y un pito. En la fiesta de Manuel me llevé de todo. Pero con ayuda. La mamá juntó una bolsa de las grandes sólo para mí. Se ve que le dio pena lo que había pasado antes, aunque creo que muy bien no lo entendió.
Yo era el nuevo, aunque hacía ya dos años que había entrado al colegio. Hasta el momento no había logrado ser amigo de Andrés, a pesar de ser su tocayo. Él era el líder, no había duda. Y el mejor amigo de Manuel también.
El cumpleaños había empezado bien: carrera de embolsados, juego del paquete, juego de las sillas, baile, salchichitas. Nada del otro mundo. Cuando llegó el mago empezó la emoción. Todos los chicos queríamos participar de los trucos, pero Andrés y Manuel eran los favoritos. Ellos frotaron la piel suavecita del conejo blanco, eligieron la carta mágica del mazo, soltaron a la paloma. Yo miraba, esperando que en algún momento el señor me eligiera para su truco.
Y así fue. Yo fui el protagonista de la prestidigitación más importante de la tarde.
-Bueno, ahora vamos a hacer un truco muy difícil y arriesgado, ¿quién quiere participar?
Inmediatamente levanté la mano, pensando que ésa sería una buena forma de ganarme el respeto y la admiración de todos. Se ve que estaban complotados, porque nadie más se ofreció.
Me levanté y pasé al frente en seguida. El mago me cubrió con una sábana de seda roja muy manchada y empezó a decir unas palabras mágicas. Quería preguntarle qué iba a hacer, pero no me animé: iba a parecer un cobarde.
Entonces el piso se abrió debajo de mí y caí en un lugar con olor a pollo viejo. El mago me había hecho desparecer. En seguida me di cuenta de que había una escalera, y que para reaparecer yo iba a tener que subir por ahí. Pero la puertita para salir estaba cerrada, y así estuvo por un rato largo.
Cuando se abrió, ya se habían ido todos. Me habían dejado ahí adentro, no sé si por mala leche, por ahí se habían olvidado. Se ve que sin querer yo hice un ruido, y la mamá de Manuel se acercó a ver qué había en su sótano.
Cuando salí ella se acordó de que ese día no habían roto la piñata porque los chicos estaban muy divertidos jugando a las escondidas (o a la sardina enlatada, los adultos no saben diferenciar) y la rompió sólo para mí.
Lo mejor de la fiesta de Manuel fue la piñata, sin duda: me fui con las manos tan llenas de caramelos.