viernes, 29 de junio de 2007

La piñata

Lo mejor de la fiesta de Manuel fue la piñata. Es ese momento de tensión y expectativa, de individualidad honesta. La piñata de la fiesta de Manuel tenía forma de globo y estaba tan llena de golosinas y juguetes que no tuve que pelearme con nadie para irme con las manos llenas. Claro que siempre está el atleta que, con su enorme destreza, junta tantos premios que no le alcanzan las manos para sostenerlos, y entonces hace un hueco estirando el buzo o los pone en la cartera de la mamá. Yo no soy de esos. En general, no consigo llevarme más que un par de caramelos y un pito. En la fiesta de Manuel me llevé de todo. Pero con ayuda. La mamá juntó una bolsa de las grandes sólo para mí. Se ve que le dio pena lo que había pasado antes, aunque creo que muy bien no lo entendió.

Yo era el nuevo, aunque hacía ya dos años que había entrado al colegio. Hasta el momento no había logrado ser amigo de Andrés, a pesar de ser su tocayo. Él era el líder, no había duda. Y el mejor amigo de Manuel también.

El cumpleaños había empezado bien: carrera de embolsados, juego del paquete, juego de las sillas, baile, salchichitas. Nada del otro mundo. Cuando llegó el mago empezó la emoción. Todos los chicos queríamos participar de los trucos, pero Andrés y Manuel eran los favoritos. Ellos frotaron la piel suavecita del conejo blanco, eligieron la carta mágica del mazo, soltaron a la paloma. Yo miraba, esperando que en algún momento el señor me eligiera para su truco.

Y así fue. Yo fui el protagonista de la prestidigitación más importante de la tarde.

-Bueno, ahora vamos a hacer un truco muy difícil y arriesgado, ¿quién quiere participar?

Inmediatamente levanté la mano, pensando que ésa sería una buena forma de ganarme el respeto y la admiración de todos. Se ve que estaban complotados, porque nadie más se ofreció.

Me levanté y pasé al frente en seguida. El mago me cubrió con una sábana de seda roja muy manchada y empezó a decir unas palabras mágicas. Quería preguntarle qué iba a hacer, pero no me animé: iba a parecer un cobarde.

Entonces el piso se abrió debajo de mí y caí en un lugar con olor a pollo viejo. El mago me había hecho desparecer. En seguida me di cuenta de que había una escalera, y que para reaparecer yo iba a tener que subir por ahí. Pero la puertita para salir estaba cerrada, y así estuvo por un rato largo.

Cuando se abrió, ya se habían ido todos. Me habían dejado ahí adentro, no sé si por mala leche, por ahí se habían olvidado. Se ve que sin querer yo hice un ruido, y la mamá de Manuel se acercó a ver qué había en su sótano.

Cuando salí ella se acordó de que ese día no habían roto la piñata porque los chicos estaban muy divertidos jugando a las escondidas (o a la sardina enlatada, los adultos no saben diferenciar) y la rompió sólo para mí.

Lo mejor de la fiesta de Manuel fue la piñata, sin duda: me fui con las manos tan llenas de caramelos.

martes, 12 de junio de 2007

Unos y múltiples

Para Kiki

A veces, agazapada como gata en un rincón, me preparo para atacarte despiadadamente. Soy un ave rapaz que inevitablemente pierde la paciencia y no acepta excusas. Me convierto en una arpía implacable y no dejo tu cuello con cabeza. Vos, muy paciente, esperás a que se me pase. A veces no me parecen válidas las excusas. Pero no siempre.

A veces veo que estás lleno de vericuetos y, emocionada como una nena, quiero jugar a recorrerlos todos. Son como caminitos finitos finitos, por los que por poco no paso. Me consuela saber que no puedo perderme ahí, porque no hay un sólo lugar de destino, es pura ruta: ¡no es un laberinto! Entonces me tomo el trabajo de dibujar un mapa para entenderte. Y a veces me sale. Pero no siempre.

A veces, pase lo que pase, se me irritan las vísceras, las uñas, la piel entera, y no puedo contener la furia. Entonces vos, con toda tu parsimonia, sacás por la boca las palabras para paspaduras y, como un domador de fieras, me domesticás de nuevo. A veces me doy cuenta de eso y te lo agradezco. Pero no siempre.

A veces, yo no abandono la insistencia. Me vuelvo detective, o tal vez periodista: no hay nada que no quiera conocer, inclusive si es material confidencial y hasta filoso para mí, sensible. Entonces veo que vos tratás de vencer la impermeabilidad, esa especie de capa finita de film protector que te recubre, para tirarme un par de pistas. A veces lográs sacarte un cachito de film. Pero no siempre.

Siempre, nos toque lo que nos toque ser ese día, jugamos a reírnos por lo alto como dos locos. Todo empieza con un bocadillo, una tontería, y de a poco se va formando una pelota de risa que cuando explota nos provoca todo un silencio de placeres. Y no me canso.

Cada día somos otros nosotros. El chispazo aparece siempre en otro carbón. Cada día encuentro entre nosotros, tan unos y tan múltiples, un encastre nuevo que no deja envejecer a mi sonrisa.

No importa entonces qué cosas no fuimos o quiénes no somos. No podríamos haber sido y no podemos ser jamás sino nosotros mismos, siempre jugando a reírnos mucho. Pero a llorar, nunca.

Nini