lunes, 26 de noviembre de 2007

El humo en la botella

Estira el brazo, largo y fino, para alcanzar la caja de Marlboro. Con los dedos de la mano derecha, también largos y finos, la abre suavemente y saca el último cigarrillo que queda. Baja el tabaco contra la mesa ratona de madera, con golpecitos suaves. Juega durante un rato a apretar el filtro entre los dedos y ver cómo se hunde y después se vuelve a expandir. Abre la boca y pone el cigarrillo entre los dientes. Juega a subirlo y bajarlo, apretarlo y soltarlo, lamerlo un poco.

Una mano pálida le alcanza impaciente un encendedor desde el costado izquierdo de la escena. Él lo agarra con parsimonia. Juega con la piedra; lo enciende, suelta el botón. Finalmente, prende el cigarrillo dando una larga chupada que quema la punta dejándolo negro, infumable.

La misma mano pálida le alcanza una botella de vidrio con muy poco vino tinto en el fondo. Se lleva el pico a la boca y una mezcla rancia chisporroteante y ácida le invade el paladar y la lengua, los dientes y las encías. Ve entonces con claridad el fondo de la botella vacía. Pega una pitada infinita al cigarrillo, infla los cachetes para sostener el humo sin tragarlo y acerca de nuevo el pico a la boca.

Expulsa entonces la bocanada adentro de la botella verde y, con un corcho de madera, la tapa. El humo gris queda cautivo, haciendo firuletes adentro de la botella, y él vuelve a dar una pitada infinita, que quema el cigarrillo y deja la punta negra, infumable.

domingo, 4 de noviembre de 2007

En cuarta persona

Nereida levantó la vista con un esfuerzo supremo y vio una risa esfumándose como un humo negro por la ventana de la cocina. Levantaste una mano, Nereida, para despertarla del sopor estival que nos había invadido hasta las uñas, y me di cuenta, entonces, de que el sopor ya era insuperable. Quisiste, Nereida, agitar los pies, te levantaste de la silla y bailoteaste rebotando por toda la cocina. Pero nada. Nereida sigue sintiendo que no siente los pies ni las manos, que la cabeza se me va para un costado sin que te des cuenta, Nereida.

Escucha un murmullo y busco de dónde viene. Quiere retener lo que oye pero ni siquiera logro escucharlo bien, mierda. La conversación tiene un hilo, Nereida, es cuestión de que lo sigamos, agarrándolo centímetro a centímetro con los dedos que me empiezan a faltar. No, no hay hilo: alguien lo tiene y cuando yo lo voy a agarrar, tira de la punta y te quedás con las manos vacías. Me dicen que no importa, que suelte el hilo del todo y lo deje ahí colgando, nadie se ofende. Pero Nereida no puede verse a sí misma en tercera persona, conocerse como los otros la conocen, vivir ese momento en la piel de nadie, de un nadie que está por quedarse dormido. Es demasiado para mí. Lo dejé todo en piloto automático y vino una Nereida distinta, tanto más irresponsable, que no se preocupa por acordarse de nada, se le escapan las palabras de los demás por las orejas y la nariz. No se le puede encomendar nada a la otra Nereida, nada. Porque no se acuerda de las cosas, se olvida de todo, mierda. Y yo siempre me acuerdo, pero ahora me fui por un rato y todo es un caos, entonces tengo que volver y solucionarlo.

Acá estoy. ¿Qué pasaba? Ah, sí, ahora contesto un par de preguntas, inspecciono mi cuerpo, veo que está bien, limpio, en orden. Estoy totalmente vestida, tengo dos manos, dos pies, ¡tantos dedos! Tomo agua, porque la otra Nereida se olvidó de eso también. Resuena una voz que en algún momento dijo algo sobre la basura del patio y veo que en una mano loca loca loca baila una zanahoria. Te fuiste de nuevo, Nereida.

Sí, se fue, no lo pude evitar. Entonces te falta un poco el aire, cree que lo mejor es salir al jardín. No, no tenés frío, contestá, Nereida, contestá. Parece que el aire nos hizo bien. Volvamos adentro.

Querés decir que las cosas se sienten como si estuvieras viendo un documental sobre mí misma. Entonces escucha un sí, muy seguro y convincente, alguien está muy de acuerdo. Y te reís. No puedo parar, te quedás sin aire, Nereida.

Suena una alarma: ya, vení, no hay tiempo, solucioná esto. Y no puedo llegar, pero veo que ahora Nereida llora hasta por la nariz, tiembla. Nereida no se lo aguanta, no, no me lo aguanto, vomito un llanto ácido y en un instante inundo la cocina.

Al cuello te llega el agua, Nereida.