miércoles, 8 de agosto de 2007

La puerta vaivén

Lentamente, con un movimiento casi estático, sostengo la llave en mi mano sudorosa. Sube la fiebre, 40 grados ya. Se encendió una chispa en mi esófago la primera vez que traté de poner la llave en la cerradura. Se hizo una llamita entonces con la nafta de mis pulmones. Así comenzó la combustión interna. Nunca paró. Y un día, casi sin darme cuenta, mi diafragma era un aro de fuego. Y de a poco fui soltando la puerta, que, como sin quererlo, se volvió a abrir.

*
41 grados. Nada más que esperar. Con las vísceras totalmente en llamas, levanto mis brazos y los acerco a la puerta de acero. Los 500 caballos de mi motor aceleran mis movimientos y logro, así, cerrar una (¿todas?, ¿muchas?, ¿cuántas hay?), esta puerta. Me tiro sobre ella para sostenerla, para que no se vuelva a abrir. Viento a cientos de kilómetros por hora la empuja, pero sostengo, opongo resistencia. Lo único que queda por hacer ahora es cerrarla con llave. Ahí va una vuelta. Tengo motivos de sobra para terminar de cerrarla, para dar la segunda vuelta, y sin embargo… ¿Sin embargo qué? Sin embargo nada: click.

3 comentarios:

Ezequiel M. dijo...

Elemental, mi querida Niní.
Buenisimo. Muy concreto, compacto y al mismo tiempo con una gran diseminación.
Me gustó, volveré a leerlo pronto... hay que leerlo de nuevo. Pronto.

E.

Anónimo dijo...

me gusto, aunque ya sabes... te lo dije pero ahora te lo escribo. 기다릴ㄱㅔ.

Anónimo dijo...

Fa, qué alto final...